Descripción
Durante los primeros años de la vida de nuestros hijos prestamos especial atención al vínculo de apego y buscamos formas de forjar una relación afectiva sólida y duradera. Queremos ser su apoyo, que se sientan amados incondicionalmente y tener una buena comunicación con ellos. Además, sin un buen apego, la disciplina es imposible: no podemos poner límites efectivos desde otro lugar que no sea el amor. Cuando llega la adolescencia, si embargo, ese vínculo que hemos ido construyendo durante años, parece desvanecerse. Aparecen cambios, aislamiento, conflictos contínuos y a menudo no sabemos cómo actuar. Los desafíos son constantes (y agotadores), pero si algo nos duele especialmente, es sentirnos distantes de nuestros hijos adolescentes, querer ayudarles y no saber cómo, desear comunicarnos y no hablar el mismo lenguaje.